Y de
repente, un tiempo después, me sorprendí pensando en vos mientras caminaba por
la calle. Pero no pensaba en vos como antes. Antes cuando caminaba por
cualquier lado sin vos era para soñarte despierta, para soñar que caminabas al
lado mío. Hoy no te pensaba así, extrañándote. Hoy, un tiempo después, te
pensaba, te pensé de una forma extraña. Te pensé como no lo había hecho. Te
pensé en pretérito. Un tiempo después, mi vida en lo sustancial no cambió
tanto. Y no voy a decirte que no me dieron nunca ganas en
este tiempo de hablar con vos alguna vez, de contarte
que todo va bien, aunque no te lo creas, que volví a sonreir con ganas, que me dejé sentir
bien y que dejé que me hagan sentir bien. Un tiempo después, vuelvó a
encontrarme a mí. A mí sin vos. Y eso, es mucho. Y eso, en mi mundo,
significó encontrar una antigua y rara sensación de libertad que no logro
definir, que tampoco intento calificar, que no busqué, ni quise pero que me
sorprendió, de golpe. Un tiempo después, me
permití volver a disfrutar un beso que no sea de tus labios, un llamado que
no sea tuyo, una espalda con otro sabor y con otro olor sin sentir la necesidad
de llenar tu espacio vacío. No porque esos labios, espaldas, voces o miradas lo
ocupen, sino porque eran mis labios, mi espalda, mi garganta, mi corazón los
que se encontraron conmigo y llenaron mi espacio. Un tiempo después, me reencontré a mí sin vos. Un tiempo
después, no se me fueron las ganas de verte aunque sea alguna vez, en algún
lugar, en cualquier vida, para escribirle a tan larga, enredada y absurda
historia ese punto final de los finales, al que no le siguen ya dos puntos
suspensivos. ¿Absurda historia? Tal vez, tal vez no. Pero por primera vez,
parecida a la realidad. Porque por primera vez, tuvo un final donde no había flores
y corazones, porque no terminó con un te amo ni con una sonrisa. Al final,
tanto intentar huir del mundo, de las mentes, de la lógica del corazón,
incluso, de los sentimientos, para que un tiempo después, cuando sentí el olor
a sal, no te extrañe. No quise que estés ahí conmigo para perderme con vos.
Es más, un tiempo después, creo que no me acordé de vos. Un tiempo después,
volví a caminar por la calle. Volví a ese balcón. Pero no volví a vos. Casi no
tuve tiempo de mirar las estrellas, y cuando las miré, ya no te encontré. Sé
que estás ahí colgado, en la misma de siempre; pero un tiempo después, esa ya
no es mi estrella, ni mi norte. Sé que cuando más tiempo siga pasando, te voy a
seguir recordando así, como hoy. Sin querer. Y voy a tener ganas de tener esa
charla que nos debemos. Pero con un café sin tragos amargos, sin
lágrimas, sin arrepentimientos, sin te quieros. Con risas, con viento, con un "que bien que
estás", con un "me hiciste
muy feliz", con varios "quiero que seas
feliz", y con un final adulto y cierto. Sin silencios, sin cobardías.
Y, un tiempo después, me doy cuenta de que realmente: "La cobardia es
asunto de los hombres, no de los amantes; los amores cobardes no llegan a
amores ni a historias, se quedan ahi, ni el recuerdo los puede salvar, ni el
mejor orador conjugar" Nos conocemos de otra vida, supongo que en alguna
otra,
nos volveremos a encontrar. Cuando algún viento fuerte sople hacia el
sur... o tal vez no, tal vez
nunca.
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